Saturday, May 6, 2017

CRONICA DE UN FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO MEMORABLE

Por Costa Palamides

La siguiente, es una crónica escrita por Costa Palamides
sobre el Festival de Teatro de Caracas 2017, 
realizado en el mes de abril.

La “nuestramericanización” del Festival de Teatro de Caracas en su pasada edición en abril del 2017, ha sido memorable no sólo por la calidad de los invitados latinoamericanos expuestos sino por la pulsante memoria que los cobija y embriaga. Desde la apertura hasta la clausura, el país “invitado de honor” mostró espectáculos lacerantes sobre su pasado, sobre los despojos y luchas de 50 años de enfrentamientos convocados por la intolerancia y por la capacidad camaleónica y despótica de la oligarquía clasista colombiana por no perder sus privilegios. El impacto producido por la pieza “Labio de Liebre” de Fabio Rubiano, el Teatro Petra en conjunción con el Teatro Colón de Bogotá, es equivalente en mi persona al producido por “La clase muerta” de Tadeusz Kantor y el grupo Cricot 2 hace más de 30 años en un Festival Internacional de Caracas. Afónicos, extáticos y lacerados nos quedamos ante la capacidad de un grupo colombiano de enfrentar el sangriento conflicto de su país de una manera tan “bestial”, y utilizando un humor negro dionisíaco y por ende, trágico. La fábula de animales y seres humanos que se le “aparece” a un genocida de turno, refugiado en un país frío y truculento, en una “Suiza/Chalet” neutral y xenófoba (se puede aplicar a los estados centrales de Estados Unidos) representa con exactitud quirúrgica el tan hablado y nunca conseguido “teatro de la crueldad artaudiano” que aplicado a nuestra piel y sangre busca la emoción más primordial e intensa. En un “crescendo” que hiere a punta de navajazos, en una amalgama de risas y lágrimas, la obra teatral, metáfora del labio leporino que nos excluye y que nos calla, abrió nuestro necesario Festival para que no lo olvidemos nunca más. Sólo con esta pieza, la pertinencia de este Festival con sus imágenes de lo que puede desembocar nuestro país si nos dejamos atrapar por los sátrapas de la derecha, los “del fanatismo empresarial” o los señoritos “mosquitos muertos que tiran la piedra y esconden la mano” y sus patiquines de turno, insisto, sólo por este espectáculo, la pertinencia de este Festival es contundente e histórica. 

Comienzo crucial y crucificador dentro de nuestra iglesia particular: el Teatro. A partir de allí, se extendió la magnífica racha de la participación de nuestra hermana república, quiméricamente bolivariana, y la mágica liebre se mudó al lugar “Donde se descomponen las colas de los burros” con el Umbral Teatro. A diferencia de su cruda antecesora, el conflicto de nuestro pariente y cercano país, se presenta con poesía “naif” y austeridad escénica con toques sublimes de “video maping” y con un apego a una especie de liturgia eclesiástica o a una misa fúnebre liderizada por una madre y un padre en busca del hijo muerto, que sin herir, trata de encontrar luz en una blancura apolínea no extenta de lirismo. Sin duda, nos encontramos con dos creaciones teatrales distintas que radiografían la historia reciente y temible de Colombia. Más adelante, dos trabajos más eficientes en su exposición y con rasgos de una potente creación colectiva y más abiertos e inclusive nostálgicos de la forma como el teatro colombiano ha narrado su historia, fueron las obras de dos grupos emblemáticos de Bogotá y Medellin, “La Candelaria” y “Matacandelas”, que con sus directores en el preámbulo, honraron una presencia de décadas en el quehacer escénico de las dos ciudades más heridas por el acontecer político, social y económico de nuestro más cercano vecino geográfico y emocional. La vibrante bioépica de “Camilo” y la cantata resurgida de “La casa grande”, novela explosiva de Alvaro Cepeda Samudio, hicieron que estos grupos brillaran una vez más con lo que mejor saben hacer en la escena latinoamericana: la contundencia del sentir colectivo, la presencia de un “conciente nacional” y el empoderamiento de una memoria que no podrán borrar ni paramilitares, ni narcotraficantes ni los dictámenes militares de las potencias extranjeras. El enfrentamiento del heroico cura guerrillero Camilo Torres y la masacre de los campesinos huelguistas ante la opresión oligárquica y militarista, a los terratenientes latifundistas y las “moscas bananeras” de la United Fruit Company respectivamente (como Neruda denunciara poéticamente en su “Canto General”), se vuelven “faros de memorabilia” que difícilmente podremos olvidar y que nos regresan a las excelsas participaciones de estos dos “alzados” grupos en nuestra previa historia de Festivales Internacionales que algunos “patricios” de nuestro teatro quisieron exiliar a… Miami o lo que es peor, lo mudaron a nuestro Miami particular… el este pudiente de Caracas… Un florido “Cayo Hueso”… duro de roer. 

Pero volvamos a lo nuestro: la participación de grupos más al Sur no extenta de globalización certera que consideraron suyas dos piezas europeas. La croata “Mi hijo sólo camina un poco más lento” y la rusa “Todo por culpa de ella”, escenificadas por sendas instituciones teatrales de Argentina y Uruguay deslumbraron transmitiendo el peligro de la exclusión y de la mala comprensión de la “red social” a través de sendas tragedias contemporáneas que demuestran la amplitud focal del actual teatro rioplatense. A ellos, se une el Teatro Amplio de Chile con una elocuente bilogía compuesta por las piezas “Casco Azul” y “El Sr. Galindez”, profundas percepciones de nuestra dramaturgia latinoamericana sobre la injerencia extranjera y la tortura fascista, (casi lo mismo) respectivamente y firmadas por un joven director que se mueve a sus anchas en las periferias de nuestro Norte que es el Sur: Antonio Altamirano. La huella de la pérdida de identidad, los lazos familiares perdidos por los miles de desapecidos y sus familias, pasando además por la posibilidad de que dos hermanas separadas por el robo de bebés de la dictadura argentina y que pueda en un momento dado establecer una relación lésbica o en todo caso conocer muchísimo tiempo después a sus parientes más cercanos, es el tema fundacional de la corrosiva pieza “La sangre de los árboles” que arrancó aplausos vibrantes por dos actuaciones femeninas de primer nivel y por una impecable puesta en escena firmada por la productora Reverso que enlazó a Argentina, Chile y Uruguay. Un poco más acá, la heterogénea adaptación fabulada del Woyzeck hecha por el memorioso Arístides Vargas, nada más y nada menos que con el grupo Malayerba de Ecuador, y que vista en un no apto teatro para la intimidad cuentística de la obra como el Teatro Catia, supo vencer los escollos de una mala acústica y hacernos escuchar la alienación y violencia que producen “rumores y falsos positivos” en nuestra realidad: “Francisco de Cariamanga”. Para finalizar este formidable recorrido, que se perdió de algunos importantes espectáculos para poder participar en actitud democrática del mismo Festival en dos ocasiones, una como director con “Donde caerme viva” de Elio Palencia y en otra como actor de reparto con “Miss hijas” de Matilda Corral, resonancias de nuestro más candente “día a día”, habrá que resaltar el virtuosismo musical e histriónico del grupo español “Yllana y Primital Brothers” que con su “monstruosidad vocal” supieron acallar los contrarios y contrariados augurios a este Festival y que junto a “Me llamo Suleimán” del grupo canario “Una hora menos” mostraron entender las primitivas contrariedades del poder (y en especial de la monarquía, el absolutismo y el fanatismo religioso) y en consecuencia la implacable xenofobia que se aplica por igual en los Estados Unidos y en sus congéneres genéticos de la Europa blanca y reaccionaria, léase brexitómanos, neonazis y lepenistas. Y un rumor que sí vale la pena escuchar: el grupo colombiano que se presentó en la Casona Anauco Arriba, laceró profundamente a los espectadores con su “fiesta de quince años de la hija de un Capo y un entorno familiar en “traje de etiqueta” y una pieza más: “La Maldita Vanidad Teatro”. Sin duda el secreto mejor “susurrado” del Festival. Y con esto, vayamos del susurro preciso al silencio coherente, sin aspavientos y manoteos, como hubiese querido Shakespeare y desde ya ansiemos más referencias, más participación y una nueva edición de un Festival que siempre hemos merecido y MERECEMOS. 

COSTA PALAMIDES   

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